Parte I: El negocio
La compañía estadounidense OpenAI lanzó ChatGPT el 30 de noviembre de 2022. En ese corto periodo de tiempo, esta aplicación informática se ha convertido en un fenómeno de sociedad, en una herramienta utilizada universalmente en una gran diversidad de trabajos, por jóvenes y viejos, profesional o personalmente. Y la expresión “inteligencia artificial” (IA), dominio de la informática que engloba este tipo de aplicaciones, se ha hecho parte del lenguaje común, con los medios de información publicando regularmente debates entre expertos verdaderos o autoproclamados, los unos presentándola como el remedio milagro a todos nuestros males, como el motor que va a propulsar el progreso futuro de la humanidad; los otros señalando todos los peligros que nos acechan por su culpa, desde las posibles pérdidas de empleo y de libertades, hasta los más apocalípticos de desaparición de la humanidad, reemplazada por máquinas inteligentes.
Algunas de las cifras asociadas con ChatGPT producen vértigo: de acuerdo a sus propias informaciones, hay 200 millones de utilizadores privados, que se conectan por lo menos una vez por semana, una parte de los cuales paga una suscripción mensual de 20 dólares. Pero, en realidad, el campo de aplicación de ChatGPT es limitado, resolviendo solo un tipo de tareas: hace parte de la llamada IA generativa, es decir capaz de generar contenidos, informaciones, de tipos diferentes (texto, imagen, video, etc). Y la búsqueda del Santo Grial no tiene fecha de llegada (si es que alguna vez va a llegar…): la IA general, equiparable a la humana y capaz de resolver cualquier tipo de problema, de manera independiente.
Este texto va a ensayar de hacer un balance de la situación actual, dando claridad a dos aspectos relacionados con ChatGPT y la IA generativa: el estado actual del negocio que la rodea y la realidad de la “inteligencia” de sus acciones.
El negocio asociado con ChatGPT
OpenAI fue fundada en 2015 como una sociedad de investigación en IA con propósito no lucrativo y con resultados abiertos (como lo indica la palabra “open” de su nombre): “Nuestro objetivo es hacer avanzar la inteligencia digital de la manera que más beneficie a la humanidad en su conjunto, sin vernos limitados por la necesidad de generar un rendimiento final”. Sin embargo, muy rápidamente, cuatro años más tarde, una filial fue creada con ánimo de lucro y, la semana pasada, fue anunciado un cambio más radical, pasando a una compañía de “for-profit benefit”, que podrá generar beneficios, pero obrando por el bien común, sin ser supervisada por una entidad sin ánimo de lucro.
Este cambio de objetivos y de discurso es muy revelador de la situación general de las compañías big tech de la Silicon Valley, que controlan cada vez más la economía mundial, pretendiendo resolver los problemas del mundo sin ningún tipo de regulación, dirigidas por oligarcas megalómanos de ideología libertariana que se ven como los Césares de un nuevo Imperio. El “club de los 200 mil millones”, suma que indica su fortuna personal, está formado por Elon Musk (X, Tesla, SpaceX, etc), Jeff Bezos (Amazon) y Mark Zuckerberg (Meta, es decir, Facebook, Instagram, Whatsapp). Este último, que ha ganado 65 mil millones de dólares en lo que va de este año, se ha tomado tan en serio su posición de emperador que imprime ahora textos en latín en sus famosas camisetas: la semana pasada presentó los nuevos productos de Meta vistiendo una camiseta con el texto “Aut Zuck, aut nihil” (“o Zuck o nada”), derivada de la frase latina original “o Cesar o nada”; en la fiesta de sus 40 años tenía otra con “Cartagho delenda est”, con la que Catón el Viejo pedía arrasar a su rival.
El “aprendizaje automático” (machine learning) que está a la base de la IA utilizada por ChatGPT pasa por una fase inicial de entrenamiento que usa bases de datos gigantescas (disponibles gracias a las redes sociales y sus millones de usuarios que facilitan informaciones de todo tipo, voluntariamente o no), procesadas en computadores cada vez más poderosos, pero más costosos y más hambrientos de energía. Como consecuencia de esto, las empresas como OpenAI necesitan inversiones gigantescas en centros de datos, circuitos de cálculo especializados y electricidad. Microsoft, por ejemplo, anunció recientemente un acuerdo con BlackRock, el famoso fondo de inversión, para invertir 100 mil millones de dólares en la infraestructura necesaria para desarrollar sus proyectos de IA. Y otro acuerdo fue firmado para relanzar a partir de 2028 la famosa central nuclear Three Miles Islands, cerrada después de un grave accidente: durante 20 años, la electricidad generada por esta central, capaz de alimentar casi un millón de hogares, será utilizada únicamente por Microsoft para sus aplicaciones de IA.
Para poder atraer las inversiones necesarias para el desarrollo de su gigantesca infraestructura, OpenAI debía entonces modificar su modelo de negocio, convirtiéndose en una sociedad con ánimo de lucro. Y su polémico director, Sam Altman, se lanzó en una búsqueda de fondos sin fondo (perdón por este juego de palabras simplista…). Porque los gastos previstos son gigantescos: según Bloomberg, por ejemplo, el plan comprende la construcción de 5 centrales de datos, cada una de las cuales consumirá 5 gigavatios de energía, el equivalente de 5 centrales nucleares, suficientes para alimentar tres millones de hogares. Altman está buscando actualmente 6 mil millones de dólares, para elevar la valorización total de la empresa a 150 mil millones. Por supuesto, Altman no olvida sus intereses personales: siempre de acuerdo a Bloomberg, va a recibir el 7% del valor de la compañía, es decir 9 mil millones de dólares. Lo paradójico de la situación es que OpenAI no es una empresa rentable y sus pérdidas son enormes: sus gastos este año superan los 5 mil millones de dólares (se calcula que el gasto diario en la infraestructura es de 700 mil dólares), para unos ingresos de 3.6 mil millones.
Esta evolución hacia el ánimo de lucro ha creado graves divergencias y oposiciones al interior de la empresa, manejada cada vez más por Altman con una mano de hierro: desde su fundación, 9 de los 11 cofundadores han abandonado la empresa, sin contar que el mismo Altman fue despedido por el consejo de administración en 2023, siendo reintegrado 4 días después, bajo la presión de Microsoft, que acababa de comprar el 49% de la empresa. Una lista parcial de los personajes que han abandonado ChatGPT recientemente incluye: Mira Murati, directora tecnológica y número dos de la empresa; Bob McGrew, director de investigación; Barret Zoph, vicepresidente de la investigación; Ilya Sutskever, responsable científico y cofundador; Jan Leike, responsable de la gestión de riesgos asociados a la IA; John Schulman, cofundador; Greg Brockman, presidente, cofundador, en periodo sabático desde agosto hasta finales de este año. Las dimisiones de Sutskever y Leike son bastante inquietantes, por cuanto parecen indicar una prioridad al lanzamiento de nuevos productos, sin la necesaria evaluación de riesgos. Y, frente a estos abandonos, la llegada de un nuevo miembro al consejo de administración produce temblores fríos entre muchos observadores: el general retirado Paul Nakasone, antiguo patrón de la NSA, la secretísima agencia de seguridad del gobierno estadounidense.
Mientras tanto, Altman ha adoptado la ideología libertariana del club de los 200 mil millones, anunciando en su blog la salvación de la humanidad gracias a su tecnología. Dos ejemplos recientes de esas declaraciones son: “Una característica determinante de la era de la inteligencia será la prosperidad masiva”; “Aunque ocurra gradualmente, los triunfos asombrosos – solucionar los problemas climáticos, establecer una colonia espacial y descubrir toda la física – acabarán por convertirse en moneda corriente. Con una inteligencia casi ilimitada y abundante energía […] podemos hacer muchas cosas”. Y sin ningún tipo de regulación pública, por supuesto.
Dejemos la palabra final a Mary Beard, la famosa historiadora británica del imperio romano: “nos cuesta ver que esta élite digital tiene un poder incontestable y que no rinde cuentas ante nadie. ¡Esto ni siquiera existía en Roma!”.